Desde la Facultad de Arte y Diseño de la UPC, -y por iniciativa de su Decana, Lic. Karina Rodríguez-, continuamos con la publicación de un conjunto de notas que llevará el nombre: “Historias de nuestra gente- FAD”. Considerando que somos una comunidad educativa diversa y muy grande, es importante que conozcamos producciones, actividades y protagonistas.

En esta oportunidad se ha invitado al Profesor Carlos González Soria, -quien nos habla en primera persona-, de su historia en la Escuela Superior de Bellas Artes “Dr. José Figueroa Alcorta” FAD- UPC.

Cuando terminaba el colegio primario, la docente de plástica del cole, habló con mis padres y los convenció de que me enviaran a la Escuela de Bellas Artes Figueroa Alcorta, a realizar los talleres infanto- juveniles, era el año 1991. Ya “la Figue” empezaba a ser parte de mi vida, para luego convertirse en mi casa. En 2002 volví para hacer el Profesorado de Artes Visuales. Desde el primer día me cuidaron las secretarias, era como si me conocieran de toda la vida. Los profes me aconsejaban y enseñaban más allá de lo académico. Había charlas hermosas, en los pasillos surgían historias divertidas y curiosas. Hasta me regaban materiales para trabajar. Siempre me sentí querido en “la Figue”.

Por el año 2005 cursaba el último año en “la Figue” en la calle Salta, ese año nos trasladaron a la que hoy es la Ciudad de las Artes. Vendía frutas y verduras para sobrevivir y pagar mis estudios. En la esquina de Armando Sica y Raul Pecker de barrio Cerveceros, dos artistas argentinos y Pecker era egresado de “la Figue”. Esto me decía que no debía bajar los brazos. A veces muy difícil llegar a fin de mes, era el aguantar el día a día. Cada vez que me bajoneaba un poco decía: “esta esquina no es casualidad”.

Cuando estábamos en el nuevo edificio me di cuenta que no había dónde comprar nada. Le dije a mi esposa que me animaba a vender en la Ciudad de las Artes café. Al otro día fui con dos termos, (uno que me prestó una vecina) llenos de café en el A10 , llegué a Ciudad de las Artes y golpeando la puerta de cada aula. ”Hola, buen día alguien quiere un café?…” Pasé por “el Conservatorio, la Spili, la Roberto Art, la Arranz y la Figue”. Vendiendo café con mis vasitos y los termos en la mochila.

Así comenzó una aventura que en una semana ya no era café solo, eran alfajores de maicena, sandwichs y 6 termos de café. A las 4 de la mañana estaba haciendo café y preparando la rutina de llevar el desayuno para los estudiantes, docentes, directivos y personal de las renovadas Escuelas de arte. Seguí cursando mis materias por la noche. Luego que se hiciera la licitación, en agosto estábamos abriendo las puertas de la cantina de “la Figue”.

Mi familia se formó en torno a la Escuelita de Artes. Mi hija mayor aprendió a caminar en el aula de escultura y aprendió a tocar el piano en un aula con las enseñanzas de los profes del Conservatorio. Cuando tuvimos problemas de salud y preocupaciones con nuestras hijas fue la gente de la Escuela la que siempre estuvo al pie del cañón. La cantina se volvió un lugar de encuentro, con cierres de año compartiendo con todos, donde estrenaron obras de teatro, con conciertos de profes,  se exponían obras de los estudiantes, se filmaron cortometrajes, ensayos de coreografías y mil cosas más.

Mientras tanto seguí con mi profesión docente entre Escuelas públicas y privadas. Desde la escuela rural, la popular, en las sierras y la ciudad. Desde pasar por la Educación superior, media, primaria e inicial. Dar clases al aire libre en la montaña y dentro del penal de Bower. Trabajar con niños de distintos contextos socioeconómicos y estar dando clases con menores judicializados en el Complejo Esperanza. Tener la alegría de compartir con niños integrados y dictar talleres con docentes y futuros docentes. Desde la virtualidad y la presencialidad, experimentando y explorando. Recibir el saludo y reconocimiento de Antonio Seguí desde Francia. Realizar una muestra de las obras de los internos de Bower por única vez al Museo Evita. Siempre aprendiendo de mis profesores que hasta el día de hoy me siguen enseñando y formando. Que siempre los extraño.

Pintando quiero estar todo el tiempo, trato de pintar todos los días. Aunque sea mirar para hacer y mirar lo que voy produciendo. Trabajo en mi obra y realizo muestras con frecuencia en Instituciones públicas y privadas. Tengo mi taller para producir obras pero lo que más me gusta es pintar al aire libre. Estar en el lugar que quiero llevar al lienzo y con mi impronta darle los colores que necesito ese día. Un profe me enseñó que pintamos lo que traemos de toda la vida, que tardamos todo el tiempo que estamos vivos para hacer una obra, que en ella van nuestros aciertos y errores. Este recorrido por el arte es parte de mi vida. La familia, el trabajo y la constancia es parte mi obra. Los colores y formas son la excusa para buscar la felicidad.

“La Figue” es nuestra casa, cambió nuestras vidas o en realidad las formó. Rodeados de cariño y afectos que se forjaron con el paso del tiempo. Hoy con 43 años veo que ir por primera vez a la “Escuelita de Arte” a los 12 y volver después, llevó unos 23 años en la querida Escuela. Pasando por estudiante, vendedor ambulante, cantinero, egresado y exponer mis obras. Formándome profesionalmente como docente y artista. Con distintas generaciones de estudiantes, profesores, directivos, autoridades, pandemias y transformaciones.

Carlos Gonzalez Soria

Profesor de Artes Visuales egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes Figueroa Alcorta en 2006.

Ex docente en Instituto de Educación Superior Domingo Faustino Sarmiento, Escuela Rural Amadeo Sabatini, Talleres Culturales del Penal de Bower y Complejo Esperanza.

Actualmente es Profesor de Artes Visuales en el Colegio San José Obrero, Colegio Cinco Ríos, Colegio Jesús María y talles de Arte de Santosa Yoga.