Por más de una década y media me encuentro en desempeño dentro del ámbito de la educación, específicamente en el campo de la gastronomía. Durante este tiempo puedo llegar a considerar que he entregado todo en cuanto mi saber, sin mezquindades y sin guardarme absolutamente nada.
La educación es un espacio laboral que te brinda y permite la posibilidad de no anquilosarte en formatos académicos perimidos ni obsoletos, sino todo lo contrario, te conduce a tener que buscar, indagar, investigar, seleccionar y construir ciertos contenidos educativos, amoldados y adentrados en un formato metodológico apropiado para el alumno. Pero a veces, el pasar de los años nos suele poner en modo de automaticidad al momento de enseñar.

Pero un día llego el 2020, año que con el pasar del tiempo sin duda alguna será muy difícil de poder olvidar, sus particularidades habrán marcado un antes y un después para muchos. Casi podría llegar a afirmar que ni en el más remoto de los pensamientos, o la peor de las pesadillas, nos hubiésemos visto enmarañados dentro de esta telaraña de cuarentena en la cual nos encontramos atrapados a raíz de un virus pandémico, conocido como coronavirus.

En cuanto al antes y al después de la pandemia, ésta estremeció los cimientos de la vida cotidiana de la educación, fue un cimbrón merecedor de una valoración en escala de Richter. Este movimiento sísmico tuvo tantos epicentros que trajo aparejado, para quienes nos desempeñamos como formadores y educadores, una alteración en lo que quizás sea el momento vertebral del proceso de enseñanza-aprendizaje, la plenitud de la presencialidad, pasando de esta manera a darle mayor protagonismo a la virtualidad. Si bien ésta no era desconocida por los educadores, la misma no se encontraba siendo empleada como herramienta de carácter central y habitual de interacción entre docente-alumno.

Pero por otra parte, debo decir que en lo que a mí respecta, esta pandemia vino a movilizar mi quehacer laboral diario y agudizar mis sentidos, no porque a mi actividad docente la hubiese estado llevando a cabo de manera incorrecta o sin motivación alguna, sino por lo que mencioné con anterioridad, a veces y sin que uno llegue a darse cuenta, encendemos el piloto de la enseñanza colocándolo en posición de automaticidad.

Increíblemente, la vida en ciertas ocasiones pone al ser humano ante nuevos retos o desafíos, y vaya si este año lo fue. A esta pandemia nadie la eligió, solo llegó y se quedó, pero reconozco que esta situación supo propiciarme nuevos espacios para mi desarrollo y desenvolvimiento, pudiendo observar brotes donde el horizonte propiciaba desolación. Tal es así, que logre contagiarme de una dosis de energía renovable, la cual me permitió revisar, modificar y generar un conjunto de nuevas metodologías de trabajo.

Las geografías habituales que me brindaban el aula clásica de la institución como así también el área de producción (cocina) para el tratamiento y confección de platos elaborados, tuvieron que ser suplantadas por el dictado de clases a través una plataforma virtual para reuniones, enriqueciendo a estas clases con la mayor creatividad posible que estuviese a mi alcance.

Esta realidad plagada de incertidumbres, me llevó al planteo de tener que generar otras estrategias de trabajo para condimentar a esta virtualidad, para lo que accioné, adaptando y acondicionando un espacio físico de mi hogar para que me haga las veces de estudio fílmico de grabación. De manera empírica e imperiosa comencé a interiorizarme sobre la importancia de la iluminación para grabar, por otra parte averigüé y me arme de una parrilla de luces reflectoras led, aprendí sobre qué fondo cromático me podía ser de mayor conveniencia para llevar adelante una filmación, como así también involucré a terceros (mi esposa) dentro de esta ya existente pero sorpresiva modalidad académica.

La virtualidad es una gran herramienta de trabajo, y no me cabe duda alguna del gran esfuerzo que mis compañeros docentes han realizado a través de ella. Cada uno a su manera y con la mejor intencionalidad, buscaron y establecieron a su consideración la mejor manera para transmitir sus contenidos de cátedra. Por tal esfuerzo puesto de manifiesto es que, no comparto el pensamiento de quienes pregonan que este es un año perdido o que el mismo debiera ser producto de su repetición. Hay que entender que simplemente es un año atípico en el cual su formato es diferente, y lejos se está que en él no se haya podido concretar el aprendizaje. Considero que el esfuerzo realizado entre docente-alumno ha sido arduo, mucho, valedero y satisfactorio, porque la educación bien entendida no podría ser tal sin la presencia del amor por ella, compromiso, dedicación y pasión, casi pudiendo asegurar que de todo esto, nada faltó.

Julio César Ordóñez Profesor Universitario
Facultad de Turismo y Ambiente
Universidad Provincial de Córdoba